Siempre contamos que nos vinimos a Chiloé por el Parque Nacional de Chiloé. Lo descubrimos en nuestro primer viaje por estas tierras, cuando no existía ni siquiera el germen de venirnos a vivir a Chile.

Sus diversos bosques, humedales, lagos y la inmensa playa de Cucao, son lugares que nunca nos cansamos de contemplar y recorrer.

Nuestra relación con Chiloé es indisociable de nuestra especial relación con el agua, tanto la del mar que rodea este archipiélago, a veces brava y otras más tranquila, como el agua que discurre alegre por ríos y cascadas; o aquella otra que nos genera sensaciones de paciencia y calma: esa agua que reposa en lagos y lagunas.

Es fácil observar y poder fotografiar paisajes donde se muestra en su estado gaseoso y líquido al mismo tiempo, en una conversación eterna de ese ciclo infinito del agua que es, al mismo tiempo, el ciclo de la vida.

Los lagos chilotes tienen además un poder mágico: su capacidad de reflejar.

Y, ¿qué es la fotografía sino la huella de la luz al reflejarse en los elementos?

El lugar donde habitamos es un archipiélago formado por más de 30 islas: la isla grande de Chiloé, con más de 180 km de norte a sur, varias islas medianas, como la de Quinchao y Lemuy, y otras más pequeñas, como nuestra querida Apiao.

Su cercanía al continente nos ofrece además unas vistas únicas de la Cordillera de los Andes.

Es un territorio ubicado en la Patagonia insular. En nuestra tierra natal la palabra Patagonia designa un lugar lejano, cercano al fin del mundo. Quizás la Patagonia está al inicio del mundo y algunos se equivocaron al orientar el mapa.

El mar interior es la frontera entre el archipiélago y la cordillera de Los Andes: tan lejos y tan cerca al mismo tiempo.

La Cordillera asombra por sus volcanes. Chile posee en su territorio más de 2.000 volcanes que nos recuerdan que la Tierra está viva también en su interior.

Nunca nos enseñaron en la escuela que existía un lugar llamado Chiloé, y que fue el último bastión español en Sudamérica. En 2026 se conmemora que hace dos siglos Chiloé se incorporó a la República de Chile.

La colonización española en América y en otros continentes arroja siempre sombras oscuras. Parte de esas sombras solo las comprendimos al venirnos a vivir a este lugar de América Latina.

Somos hijos e hijas de un tiempo que discurre y hereda decisiones que tomaron otros antes que nosotros. Esas decisiones llevaron a que hoy Chile sea un país de habla hispana, fruto de un mestizaje de culturas, donde uno siente que tan importante es lo que nos une, como lo que nos separa.

El Parque Tantauco es una de las áreas silvestres protegidas de Chiloé a través de la iniciativa privada.

Una de las experiencias más intensas y gratificantes de nuestra vida ha sido caminar 5 días durante 52 kilómetros con nuestras amigas, también andaluzas, Paz y Rocío. Sin cobertura de teléfono o internet, solo los 4, nuestras piernas, una pesada mochila en cada espalda y unas ganas inmensas de sentir esos bosques de árboles centenarios y que pocas personas han recorrido. Cuando llegas a Inío, al final del recorrido, aún tendrás que navegar varias horas para llegar a la ciudad de Quellón, al sur de la isla grande de Chiloé.

Cada 1 de marzo, aniversario de Pep, intentamos pasarlo siempre en este lugar: para él es recibir el mejor regalo del mundo.

Las aves en Chiloé son unos habitantes muy entretenidos (entretenido es un adjetivo muy chileno). Hasta que no llegamos a vivir acá no habíamos sido especialmente aficionados a la avifauna, a conocer los nombres de las aves y sus características y formas de vida. Pero Chiloé nos despertó esa pasión.

Chiloé viene de la palabra huilliche/mapuche Chillwé que significa tierra de gaviotas.

Si hubiéramos fotografiado todas las aves que conocemos y nos gustan, no habría espacio para otras razones/imágenes por las que vivimos acá. Así que solo podremos compartir una pequeña muestra de algunas de ellas que nos dejaron un momento muy especial.

Amar la naturaleza implica para nosotros dos miradas: la mirada desde lejos, que es contemplativa, y la mirada de cerca, que es la mirada de la curiosidad y el asombro.

Acercándote a los ecosistemas de Chiloé descubres un mundo diverso, interdependiente, resiliente, lleno de matices, colores, olores, texturas…

Mires donde mires, lejos o cerca, desde arriba o desde abajo, la naturaleza siempre es la gran sorpresa.

Todo paisaje natural sonde habitan seres humanos por generaciones se transforma en un paisaje biocultural si sigue viviendo en relación con la naturaleza.

Las personas, en un afán de supervivencia, se han valido de los elementos de su entorno natural para sobrevivir.

La biodiversidad disponible en forma de alimentos, o elementos para cobijarse, resguardarse y/o protegerse de las inclemencias del clima, forman parte de su patrimonio biocultural.

Chiloé es una cultura que aún sigue dialogando con la naturaleza. El agua y la madera son quizás dos de los elementos que la definen con mejor precisión.

Y quizás de nuevo nos atrae esta cultura por su contraste con la de nuestro origen.

Los bellos pueblos blancos de nuestra Andalucía, con casas pintadas de cal blanca y con techos de tejas de barro para protegerse del sol, son muy distintos a estas casas de madera, con tejuelas de alerce que protegen de la humedad.

Los campos de olivos, inmensos y tórridos, son acá cerros de pasto verde, húmedos, con ovejas pastando y siembras de papas y ajos chilotes.

Somos caminantes. Esa pasión por caminar es una de las que nos ha mantenido unidos durante casi 30 años.

Y caminar por espacios naturales es una de nuestras actividades preferidas.

Las playas malagueñas, llenas de paseos marítimos de hormigón, tumbonas y chiringuitos no las considerábamos espacios naturales, aunque hemos hecho grandes caminatas en ella y son espacios que nos permitían desconectar.

Pero Chiloé nos ha dado otro tipo de relación con el mar y con el borde costero. Nos ha regalado un espacio nuevo: el maritorio, que fue base de un proyecto fotográfico anterior denominado “Tierra y Mar: el Chiloé de los límites difusos”.

Playas donde es frecuente ver un pequeño bote esperando a que las condiciones de las mareas y los temporales permitan ir a mariscar, recolectar algas o pescar, para ejercer el derecho de la soberanía alimentaria.

Decía Machado que el camino se hace al andar. En la playa tus pisadas desaparecen con las olas, por eso puedes volver muchas veces al mismo lugar a caminar: cada vez será un camino nuevo.